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Reconocer a las almas viejas y a las almas jóvenes

Según la teoría de la reencarnación, el propósito último de la existencia humana es la evolución del alma. Cada ciclo, cada vida, es una experiencia nueva, una oportunidad para crecer y aprender. En este mundo hay muchas personas que no son capaces de encontrar el significado o el propósito a su existencia, no pueden ver las cosas en su conjunto y reflexionar sobre qué hacen aquí. Pero es fundamental que hagan un esfuerzo en ese sentido. Mirar hacia dentro de uno mismo nos ayuda en nuestro desarrollo espiritual y ese es, precisamente el alimento del alma.

Cuando hablamos de la edad del alma, nos estamos refiriendo al crecimiento espiritual mediante las experiencias en este mundo, y no sólo a la cantidad de veces en las se ha reencarnado. Lo que cuenta es la calidad del aprendizaje, no la cantidad. El individuo, a medida que va profundizando en los misterios de la vida, se hace más consciente de su espiritualidad y en ese proceso es cuando su alma comienza a madurar.

No es difícil interpretar lo que es un alma joven. La juventud implica poca experiencia, impulsividad y, muchas veces, egoísmo. Ahora bien, el alma joven no sólo podría ser un alma que no vivido suficientes vidas para aprender, sino también un alma que, a pesar de haber vivido muchas, no ha conseguido salir de esa etapa.

Para ella, cada persona es un ente aislado. Ella misma es un ente aislado. Se caracteriza por su alto sentido de la independencia, por su impulsividad y por un fuerte deseo de perseguir lo que quiere hasta conseguirlo. Se sabe libre y toma sus propias decisiones (no importan las consecuencias, porque sólo piensa en sí misma). Al alma joven lo que más le motiva es rodearse de todo aquello que le produzca placer y bienestar, como dinero, fama, lujos y cualquier otro logro de origen material o terrenal. Jamás se le ocurre mirar dentro de sí misma, está demasiado ocupada con lo que le rodea.

Pero esto, a pesar de todo, no ha de entenderse como algo negativo. Son precisamente las almas jóvenes las fundadoras de las grandes civilizaciones, las creadoras, las grandes descubridoras, las inventoras, las innovadoras y las que traen el progreso material al mundo.

Luego, a medida que el alma va madurando, ya no importa tanto el aprender como el enseñar lo que se aprendió. Cuando el alma joven de una persona ha pasado por muchas experiencias y ha terminado aprendiendo el sentido profundo de las cosas, se puede decir que ya es un alma vieja. Lo que ahora se desea es mostrar el camino a sus predecesoras las jóvenes. Pero, como suele ocurrir, estos encuentros entre almas viejas y jóvenes no suele acabar bien.

Si quisiéramos retratar a un alma vieja en nuestra cabeza, sólo tendríamos que imaginar a un honorable anciano o anciana, de pelo cano y expresión tranquila y bondadosa. En esta etapa, la última del alma antes de finalizar su ciclo, se ha llegado a desarrollar un extraordinaria empatía y ya se es plenamente consciente de que todo está conectado. Ya somos capaces de entender lo que antes no entendíamos y de relacionarlo con el destino y con algo que está por encima de nosotros.

El alma vieja ya no busca nada en el mundo exterior. Para ella la satisfacción y felicidad más grandes la encuentra en “ser”, y no en “hacer”. Ya siente que ha terminado “fuera” y ahora lo que desea es centrarse en sí mismo y buscar algún tipo de actividad tranquila que le proporcione la satisfacción de autorrealizarse a sí mismo. No tiene necesidad de demostrar nada a nadie, ni de ser mejor que nadie, ni de competir con nadie.

¿Otra forma de distinguir entre almas viejas y jóvenes?… Dicen que los ojos son el espejo del alma. Y así es. A través de ellos puede intuirse su edad. Detalles como la forma de mirar, la fuerza que desprenden los ojos o el calor que irradian nos proporcionan pistas importantísimas. Las miradas directas, fuertes y que transmiten energía, suelen ser propias de las almas jóvenes. Sin embargo, esos ojos que expresan calor, compasión, empatía y profundidad, son propios de las almas viejas.

Como comenté al principio, no es necesario pasar por muchas encarnaciones para convertirse en un alma vieja. La calidad es más importante que la cantidad, y un alma puede aprender rápidamente. Ninguna de estas dos etapas del alma es mejor que la otra. Eso es como decir que se es mejor persona con 67 que con 23. O más sabia. Pues no es cierto. Todos sabemos que hay personas mayores no demasiado inteligentes ni sensatas, y jovencitos de 15 que tienen más luces y sentido común que algunos con 42. Sólo una cosa es segura: todas las almas jóvenes terminarán siendo viejas, tarde o temprano.