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Aquelarres, orígenes de la brujería

Hablar de brujería con propiedad, significa entender sus comienzos, sus orígenes que se remontan ya varios siglos atrás. Los peores momentos para las brujas (y para las que no eran tal) fueron las injustas y sangrientas cazas de brujas que tuvieron lugar en el siglo XIV, en las que se condenaba a las más indignantes penas a toda aquella mujer que tuviese pinta sospechosa o cuyas palabras u obras atentasen contra la moralidad de la Iglesia.

Durante la Edad Media, se vinculaba la brujería con el culto al diablo. Así, se pensaba que brujas y brujos llevaban a cabo los famosos aquelarres y se congregaban en actos satánicos en lugares de extrarradio.

En dichos aquelarres tendría lugar la consagración de la denominada hostia negra, se rectaba el Credo al revés y se celebraban fastuosos banquetes con la carne humana como protagonista. Si a esto sumamos el sacrificio de seres humanos y el infanticidio, toda una joyita resulta la memoria que se tiene sobra la hechicería medieval.

De las celebraciones de estos aquelarres en sitios lejanos o descampados, ha surgido la convención mental y se ha forjado en el imaginario colectivo, el famoso vuelo de las brujas (con o sin escoba), que necesitaban practicar para poder juntarse y comenzar con su maga negra.

La palabra aquelarre, concretamente «akelarre», procede de los términos euskeras «aker», que significa «macho cabrío» y «larre», que hace referencia al campo. Y es que el campo es precisamente el lugar donde estas brujas se juntaban, realizaban sus cánticos e incluso ofrendas orgiásticas.

Desde el punto de vista antropológico, los aquelarres son reminiscencias de ritos paganos en los que se acostumbraba a consumir ciertas sustancias para alcanzar el éxtasis. Algunos lugares españoles en los que las evidencias históricas señalan que fueron escenario de estas curiosas prácticas son: Macizo de Anaga (Tenerife), Cueva de Salamanca, Amboto (País Vasco), Campo de las Varillas (Castro-Urdiales)…