El oráculo de Anfiarao y el mundo onírico

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En la sociedad actual, los trastornos del sueño están a la orden del día. Ya en las civilizaciones antiguas, le conferían al mundo onírico un papel revelador, motivo por el que intelectuales como Cicerón, Sócrates, Jenofotne, Aristóteles y Sófocles dedicaron horas y esfuerzo a estudiar y analizar su importancia.

Creían los antiguos que los sueños eran cosas de dioses, es decir, les conferían propiedades u orígenes divinos, motivo por lo cual fueron tratados especialmente en los oráculos. De este modo, el oráculo de Anfiarao, sito a unos 50 kilómetros de Atenas recibió el sobrenombre de «fábrica de sueños» pues allí, mediante diferentes métodos, se inducía al sueño durante jornadas enteras a aquellos a los que se los programaba para tener sueño.

Se dice que el oráculo de Anfiaro era diferente al resto de los oráculos conocidos pues no tenía como principal fin adivinar el futuro, sino soñarlo. Era éste un distinguido lugar que atraía, en mayor medida, a intelectuales y ricos que desconfiaban de los oráculos mayores.

El oráculo semejaba un sanatorio mundano y en él se servía agua mineral para contribuir a la aparición del sueño y, de tratarse de un caso difícil, se suministraba vino. Así, los sueños sustituían a la sentencia de la pitonisa y, dado que podían ser controlados con la mente, gran cantidad de personas los valoraban mucho más que al habitual culto oracular.

El funcionamiento del oráculo de Anfiarao era sencillo: el recinto daba muestras de una pasmosa pulcritud y hasta él se acercaban los visitantes en la fecha pactada de antemano o se acercaban para inscribirse en una lista de espera. Se trata de un oráculo muy distinguido puesto que tanto el faraón Ptolomeo IV como su esposa Arsinoe, el general romano Sila y su esposa Metela, poetas y políticos… muchos personajes fueron allí para soñar su buenaventura. Como agradecimiento, solían dejar presentes en forma de majestuosas y bellas estatuas.

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