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Elementos mágicos en la Edad Media

El ser humano del medievo se aferraba a todo tipo de creencias y supersticiones. Las tradiciones mágicas que se practicaban por entonces no sólo provenían de la antigüedad clásica, sino también de diferentes grupos de población como los germanos, los celtas o los galos. Aunque tampoco podemos olvidarnos de las tradiciones árabes y hebreas, la doctrina secreta de los judío, la cábala, la magia astral…

Por entonces, la magia tenía el status de ciencia. Así, a pesar de estar prohibidas, se hablaba de «artes magicae». A veces, los estudiosos de las ciencias naturales rozaban el límite de lo mágico, por lo que muchas veces chocaban con las doctrinas de la Iglesia y, especialmente, con la Inquisición.

Así, para escapar de la persecución de la Iglesia, la magia tuvo que buscar nuevos espacios en el mundo religioso. Casi sin darse cuenta, la liturgia y los ritos eclesiásticos en general fueron absorbiendo cada vez más ideas y acciones hasta entonces consideradas propias de la magia.

Mientras que aquel que empleaba la magia para sanar era considerado como un individuo peligroso para la Iglesia (en el seno de la Iglesia Cristiana, tanto los salmos como la Biblia eran empleados a modo de textos mágicos y las medallas e imágenes de santos, como amuletos. Los sacerdotes tenían poder para ahuyentar a los demonios, es decir, para practicar exorcismos).

La magia estaba tan extendida durante la Edad Media que incluso algunos Papas llegaron a echar mano de ella. Es, por ejemplo, el caso del papa Silvestre II, de quien se dice que sisó un libro de magia a un filósofo, libro en el que se hallaban anotadas todas las artes secretas. Cuando el filósofo iba a delatarlo, Silvestre juraría lealtad al demonio si lo sacaba de aquel atolladero. El diablo le haría entrega de una cabeza de bronce que le ayudaría en su toma de decisiones pues, supuestamente, ésta contestaba «sí» o «no» a las preguntas formuladas por el papa.

En cuanto a la influencia mágica árabe, hay que destacar el tratado «Picatrix», donde se explicaba que el ser humano podía transformar el propio ser gracias a la magia. Este tratado gozó de gran éxito durante el Renacimiento y, de acuerdo con él, el saber mágico incluía:

– el conocimiento de los talismanes

– el conocimiento de los planetas

– el conocimiento de los conjuros

Por entonces, se elaboraban talismanes en los que el componente astral en que estaban basados jugaban un papel fundamental. Como vemos, el hombre medieval integraba la magia en su día a día, casi con completa naturalidad.